viernes, 14 de mayo de 2010

Desde mi cielo (Peter Jackson, 2009)

Es un bolazo. Y uno tenía derecho a esperar algo mejor. Después de todo es Peter Jackson y uno ya sabe que detrás de la faraónica cursilería de El señor de los anillos, el entretenimiento hi-tech de King Kong y toda esa novelería de los efectos especiales, reposa un director de talento capaz de manejar sensibilidades personales y no sólo grandes presupuestos y escenarios. Era un buen antecedente que su mejor película fuera Criaturas celestiales, en la que retrataba, con esmero y muchos menos recursos, el fantasioso mundo de irrealidad de dos adolescentes psicóticas en la Nueva Zelandia de la década de 1950. Allí había un director. La historia de Desde mi cielo le permitía jugar con las mismas herramientas de ese antecedente al contar una historia doméstica y adornarlo con su imaginación para crear universos inéditos. Es que se trata (a partir de una novela de Alice Sebold) de una adolescente muerta por un asesino en serie y que desde el más allá (todo indica que el lugar tiene las comodidades del purgatorio) ve cómo su familia busca recomponerse de la pérdida (no lo consiguen mucho) y el demente anda en la vuelta y tiene a su hermana mayor como un objetivo. Así la adolescente se pasa entre seguir adelante hacia lo que sea que venga después en la muerte o mantenerse cerca a fuerza del amor de su padre, un romance truncado y del peligro de que su asesino vuelva a atacar. El planteo es interesante, pero hay una tendencia hacia el facilismo cursi —ese que quedaba claro en la música de Enya o el peinado del personaje de Orlando Bloom en El señor de los anillos— que hace que todo termine deshilachado. Al final se deriva a una visión new age sobre el karma, el dolor, el primer beso, la familia, la inocencia y el desprendimiento en un cóctel que termina siendo letal ya cerca de los créditos finales con fantasmas buenos y castigos ejemplares. Lo mejor, entonces, pasa por el imaginario visual (y computarizado) que Jackson despliega en el más allá (una sucesión de escenarios visualmente muy atractivos), y una clásica secuencia de asesino que vuelve a casa y potencial víctima que es pillada husmeando que consigue el suspenso requerido aunque deriva en un anticlimax romántico bastante torpe. La idea repetida (padre e hija se dedican a armar barcos dentro de botellas, entre otros datos) es que estamos encerrados en mundos que nos mantienen aislados y que a veces conviene avanzar y dejarlos atrás. Pero es precisamente la combinación de los dos mundos lo que termina entorpeciendo el resultado. Peter Jackson parece estar en el limbo por el que deambulan los grandes directores que aún pueden hacer una gran película. Claramente no es ésta.
Acá el trailer

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