sábado, 29 de mayo de 2010

Robin Hood (Ridley Scott, 2010)


El principal obstáculo de esta película es su verdadera razón de ser: Russell Crowe como Robin Hood. Así se hace difícil. Si a eso se le suma que la dirige Ridley Scott (otro que alguna vez nos hizo creer que era otra cosa), hubiera sido más honesto que le pusieran Gladiador 2 y se dejaban de tanta vuelta. El dúo Scott-Crowe muda los escenarios hacia el bosque de Nottingham y la época hacia los tambaleos que soportó Inglaterra tras la muerte de Ricardo Corazón de León; todo manejado con criterios bien laxos de veracidad histórica. Esto vendría a ser la precuela de la vida pública de Robin Hood, cuya continuidad cinematográfica seguramente ya tienen comprometidos director y estrella. Acá el muchachote que solía robarles a los ricos para dárselo a los pobres parece más un mercenario al servicio de sus potenciales víctimas. No importa porque todo funciona como una excusa para ocupar dos horas con lo que uno espera de esta clase de fórmulas: injusticia, batallas bien filmadas, una historia de amor, un par de pasos de comedia, Max Von Sidow haciendo de ciego, peleas varias, festejos pintorescos, franceses espantosos, , Cate Blanchett haciendo de Cate Blanchett una vez más, calvos sanguinarios y Russell Crowe con el torso desnudo y cara de enojado. Después de todo eso, un acuerdo final sobre una carta de derechos muy parecida a la de Estados Unidos, explicita quiénes son los malos (los hombres del rey) y los buenos (la aristocracia y el pueblo unido, jamás será vencido), lo que debe tomarse más como una manera de dejar claras las reglas para una secuela que a una conclusión ideológica. Crowe es un leading man que tiene su arrastre, Scott, un director competente (aunque hace tiempo se dejó avasallar por el publicista ladino que tenía dentro), todo está en su lugar y la cuenta la paga Hollywood. Avisado de esto, cada uno sabe lo que le espera.
La sinopsis, acá

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